miércoles, 6 de noviembre de 2013

La Tinta, el Tintero y... El Refugio

Durante estos días tenía pensado escribir una entrada NO relacionada con el trabajo pero esta situación se ha vuelto tan absurda, tan irreal, que me cuesta fijar mi atención en otros asuntos.

Cuando recibí la noticia no me lo podía creer.

Se supone que era mi último día en el proyecto. Ante mi se abría la oportunidad de comenzar una nueva etapa, nuevos horizontes y nuevas posibilidades.

No voy a mentir diciendo que me encuentro a gusto con todo esto. Gracias una gestión que recuerda a la construcción de las pirámides de Egipto, los pocos compañeros que no se quejan es porque tienen demasiado miedo a perder el trabajo. Un miedo infundado, un miedo implantado y explotado al máximo para que no sintamos la bota de nuestros queridísimos y amadísimos líderes en nuestra sien.

Cada vez que alguien, y en especial aquellos que ocupan puestos de responsabilidad, suelta el discurso trillado con ese tono de voz de quien está confesando un crimen atroz y te describe el negro abismo que supone quedarse en el paro, de la bendición que significa cobrar menos (para que unos pocos puedan cobrar más) y que es mejor quedarse calladito y aguantar me entran ganas de reír hasta perder el sentido.

En ocasiones me gustaría saber exactamente qué es lo que pasa por sus cabezas y me lo puedo imaginar: el mismo miedo que nos han metido a todos en el cuerpo. Supongo que en las altas esferas las reglas serán las mismas aunque la finalidad del juego permanezca inmutable. Sin embargo, a estas alturas de la partida me dan igual las reglas, el juego y la santa madre que parió al sistema.

De todas las opciones que se me plantean en estos momentos, ninguna me ha parecido tan apetecible como la de explorar nuevos caminos (y que sea lo que mi constancia y dios quieran).

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