sábado, 21 de agosto de 2010

La Tinta, el Tintero y... la Caricia

Me siento tranquilo, sin nada en lo que pensar. Han cambiado tanta historias de lugar que no sé en donde tengo que buscar. Hay días en los que ni tan siquiera el segundero del reloj tiene ganas de continuar con su lento caminar. Mira a su alrededor y la monotonía de los días le obliga a buscar cobijo bajo el colchón.

Ya no más cuentos prohibidos, ya no más yemas de los dedos que buscan un camino para meterse por debajo de tu vestido. El aire quieto, mudo, opresivo es lo único que resta por desaparecer entre el vacío y yo mismo.

Las tardes con sabor a café y confesiones que se plasmaban sobre tu piel se han hecho añicos, dando paso a horas en las que me dedico a confeccionar mantas de espinas para que me abriguen durante las largas noches en las que se desatan tormentas de pura hiel.

En un aislamiento sin carcelero ni prisión he decidido bajar en un par de grados la temperatura de mi corazón, con la falsa esperanza de congelar aquellos momentos que no me supiste dar. Porque hay veces que me apetece tomar, en completa soledad, una copa de licor mezclado con esos hielos que aun conservan el sabor de tus besos.

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