lunes, 28 de septiembre de 2009

La Tinta, el Tintero y... la Salida

El reloj, maldito reloj, con tus imparables designios dictas el destino de todos aquellos que aún creen en la sin razón. Nunca me llegaré a creer todas aquellas palabras que sin motivo el viento nos robó. No me importa poseer un corazón de hielo puro, ya no. De momento prefiero abrasarme con el frío intenso que con el calor que aún pretenden conservar las sábanas y paredes testigos mudos de noches de pasión.

He recapacitado, pensando en todos esos momentos en los que prefería lanzarme al vacío de las copas llenas, noches borrosas que me ofrecían caminos rodeados de telas de araña que se desprendían de cada uno de tus besos... en ningún momento me avergüenzo de ello. Durante fugaces momentos conseguí apartar tu reflejo, tus anhelos y mis miedos.

Ahora, sin embargo, sonrío por cada tontería que me ronda la cabeza, e imagino miles de historias y cuentos. Algunos me los roba el viento y otros brilla como estrellas en el firmamento. Pálidas y al mismo tiempo seguras de si mismas. Persigo el rastro de sus labios, de mis deseos; me acompañan mis sueños, sin que esta vez se aferren como grilletes intentando a cada paso hacerme caer. Ríen, lloran y juegan sin dejar un minuto para respirar. Les admiro, por primera vez le susurro al viento cuanto te amé sin miedo, sin temor a que mi pecho se resquebraje por no obtener tan siquiera una sonrisa al amanecer.

Pues si mis cálculos no están demasiado equivocados, toca adelantar un minuto más mi particular reloj del Día del Juicio Final.

¿Deseas estar ahí cuando llegue el momento?

Acabas de descifrar con morbo y estupor lo que maquinaban mis pensamientos: A partir de ese momento está prohibido llevar ropa interior.

Y si no te gusta mi niña, de sobra conoces donde se encuentra la salida.

domingo, 20 de septiembre de 2009

La Tinta, el Tintero y... el Regreso

El avance no se detiene, por tierras inexploradas, por valles y montañas que no señala ningún mapa. Pensaba que la carrera había terminado, pero la suerte, por primera vez me ha sonreído. Ni siquiera ha comenzado, me susurrado al oído. Podrías suponer que tanto esfuerzo no ha valido la pena. No es cierto, ni mucho menos si no todo lo contrario como dirían los locos que se anudan aún más fuerte el nudo que abraza su cuello.

Ahora mismo, con mi corazón clamando al cielo, reorganizo filas. Cierro viejas heridas. Y cada vez que me miro en un espejo, un silencio sepulcral invade toda mi alma. No más gritos agónicos en mitad de un campo de batalla. No más calles y aceras dispuestas para una emboscada. La ciudad, por el momento, no es más que un puzzle gigantesco de hielo y fuego, donde retumban mis pasos sin generar ningún tipo de sentimiento ajeno. Apagados por los ecos de un mal recuerdo. Miradas lánguidas que atraviesan ventanas, muros, piedras y almas.

A veces y sólo a veces, reconozco que echo de menos esa cadenas que tan cruelmente evitaban que me olvidara de tu presencia. La sensación de no poder despegar. No saber valorar el suelo que pisaba y los rayos de luz, que con una mínima esperanza, acariciaban mi cara.

Pero la melancolía desparece pronto. En el mismo momento en el que me doy cuenta: entre tú y yo querida, eras la única de los dos que no volaba.

Y por esa sencilla razón, no deseo volver la mirada atrás. Pienso que ninguna lágrima mereciose la pena derramar. El encierro entre estas cuatro paredes se torna tranquilidad, una serenidad que jamás nadie tendría el valor de soportar. Ya no más sentimientos que se tornen palabras salpicadas de suspiros por una flor que hace tiempo me negué a regar.

Aceptando el desafío de ser uno mismo, venciendo a todos aquellos que se atrevan a obstaculizar mi camino. Ante la atónita mirada de los que pensaban que ya me había dado por rendido. Guardate tus palabras, teñidas por la compasión. Pienso que eres incapaz de presentarte tal y como eres ante tus propios miedos y vacilaciones.

La duda razonable me la bebí en cada uno de los bares donde soñaba convertirme en una persona que no era; acariciando tus labios o los de cualquiera que estuviera lo suficientemente ebria. Duras han sido las lecciones, aunque más duro fue aprender a levantarse mientras el resto del mundo parecía esperar una respuesta que nunca fue la acordada.

Sin embargo, aquí estoy, con la piel y el corazón a rebosar de magulladuras. Heridas que en su momento pensé: no cicatrizarán en la vida.

Curioso es el destino que aguarda a aquel que no tiene nada que perder.

Y yo, vida mía, malgaste casi todo mi cariño en un amor que jamás fue correspondido.

jueves, 17 de septiembre de 2009

La Tinta, el Tintero y... la Carretera

He regresado, tras varias semanas fugado. Al final se convirtió en una extraña carrera entre mi conciencia y mi corazón. Al menos al volante pude comprobar que realmente era yo, evitando tormentas mentales, descansando en bares olvidados en mitad de ninguna parte.

La primera parada de mi viaje me llevó a conocer lo que antaño llamaban el Cabo del Fin del Mundo, y de manos de un par de soñadores compulsivos, llamados Kinyla y A., recorrí las calles de la ciudad en donde acaban los pasos de tantos y tantos penitentes que aguardan purgar cada uno de sus pecados. De Santiago estoy hablando, por supuesto, de sus magníficas gentes y mejores platos. Incluso el Sol se permitió el lujo de acompañarnos, sin más remordimientos, sin más nubes que oculten tenebrosos pasados.

Al encuentro del miedo recorrí la distancia que separa mi hogar de la otra punta del mar. Una semana entera, para mi, sin ningún temor a compartir, nada que esperar y un mar en calma donde poder disfrutar. Poco he de añadir aquí, salvo la extraña persecución que tuve con un Pequeño Gran Templario. Como el perro y el gato, aunque esta vez no pudo ser. Mi gran despiste jugó una mano que jamás hubiera deseado.

Un final adecuado para tanto viaje, tanta carrera. No sé quien de los dos ha ganado, lo poco que he llegado a saber es que por fin, por fin he cambiado. Más tranquilo, incluso con la bienvenida en forma de lluvia, frío y miradas de soslayo de esta maldita ciudad, en donde una vez perdí cualquier tipo de ilusión. Donde hubiera sido mejor entregar mi corazón al primer repartidor por si, gracias a la buena suerte, acaba en un buzón y en manos de unos labios que no deseen triturarme sin compasión.

Me acerco a la ventana y observo como el cielo llora... tapo el cristal con las cortinas, giro, sonrío y me preparo para un nuevo día.

Jódete. – pienso – Porque esta vez lloras por una historia que no es la mía. -