domingo, 2 de febrero de 2014

La Tinta, el Tintero y... El Rincón.

Aquí sigo soñando con los ojos abiertos, para no perder la costumbre y todo eso.

Una sucesión de ruidos, de viajes de ida y vuelta, de tener la sensación de no estar haciendo lo correcto mientras, indiferente, contemplas como los días se convierten en polvo en el calendario.

Cierro la puerta de mi casa y, mal que me pese, continúo con la susodicha rutina durante el tiempo justo. Hasta que me siento, entonces caigo en la cuenta del silencio que me rodea. Sólo porque mi sombra me mira con recelo, sólo porque mi reflejo en el espejo mira hacia otro lado cuando le confieso mis miedos, sólo porque me siento solo, ese silencio me envuelve como el abrazo de un viejo amigo, como el sudario con el que se cubre el rostro de los muertos.

Sueño con los ojos abiertos, sueño con historias que me cuesta plasmar en papel. No por falta de ganas, no por falta de tiempo, sino más bien porque me falta creer en mis propios sueños. Porque en mi mente se mezclan las preocupaciones diarias, inquietudes inventadas, recelos estúpidos que aúnan fuerzas para dejarme sin ellas.

Sin embargo, no desisto en mi empeño. Aunque suene raro, aunque lo haya dejado por un tiempo o mis apariciones se hayan convertido en una luz intermitente. Porque mi vida, por mucho que les pese, se compone de relatos e historias, de fantasía y terror, de héroes y villanos, de traiciones y lealtades. Lo que me falta (lo que me ha faltado desde hace mucho tiempo) es escribir un poco cada día para no perder ni el hábito ni la poca destreza que tengo y, sobre todo, quitarme de la cabeza esos problemas que ni me van ni me vienen.