domingo, 23 de septiembre de 2012

La Tinta, el Tintero y... la Vela

Mis vacaciones han terminado. Tres semanas de descanso, tratar (y lograr) desconectar de la rutina diaria. De los sin sabores y los colores que ofrece una vida pre-programada. Ponerme al día y, por qué no, un poco de caligrafía.

Mis historias avanzan más deprisa de lo que me gustaría, pero no lo puedo evitar. He tenido momentos de euforia y momentos de abatimiento. Instantes en los que el tiempo no se detenía y otros en los que pestañeabas y era un nuevo día.

De entre todas las idas y venidas, he descubierto que, en algunas ocasiones, nado a contracorriente sin yo saberlo. Trato de imponer una coherencia a situaciones y personas que no merecen el esfuerzo. Acorralado por mis propios sentimientos, me he visto casi sin poder evitarlo. Pensando si el culpable era yo o el destino quien había puesto en mi mano una jugada que no interesaba.

Incluso me lancé al vacío sin contemplaciones, sin mirar hacia donde iba. Obsesionado por esa sonrisa que ni puñetero caso me hacía. Y tenían razón, maldita sea, toda la razón del mundo al advertirme que no existe un salvavidas para ese tipo de caídas.

Tras el tremendo batacazo, descubro con asombro que todo está en su sitio. Ningún hueso roto y el corazón un poco resquebrajado, a lo mejor me estoy acostumbrando. Me levanto, me sacudo el polvo y regreso por donde he venido.