sábado, 18 de junio de 2011

La Tinta, el Tintero y... el Césped

Reaparezco, sólo un momento. Asomo la cabeza de entre las muchas tareas que asolan mi pensamiento, cojo aire y me zambullo de nuevo.

Sí, sigo vivo pero sin tanto tiempo. Miento, sin tiempo no. Con el mismo pero ahora distribuido entre más momentos. La casa, afortunadamente, me da ciertos respiros. Ahora que está al alcance de mi mano, pienso que es hora de realizar ciertos cambios.

Me resulta curioso, ya que hasta ahora nunca me lo había planteado, al menos de manera tan formal. Siempre deambulando, entre sombras, callejones repletos de momentos que me asaltan en el momento más inesperado. Encerrado entre paredes y situaciones que jamás hubiera imaginado.

Sin embargo, ahora, cada vez que doy el siguiente paso, lo tengo más claro. Da lo mismo, no importa cuantas veces intente negarlo. Incluso sabiendo de ante mano que todos mis miedos anhelan hacerse con el control para que no escape, y sea capaz de dar rienda suelta a un alma agotada de luchar contra tinieblas y penumbras. Hastiada de escuchar las mismas mentiras agridulces de mundos y sociedades distantes y frías como tus miradas los Jueves por la tarde.

Me da igual que ya no quieras agarrarme de la mano, ni tan siquiera que tu sombra se aparte de mi cada vez que cruzo por tu lado.

Después de tantos años, te juro que he llegado a odiar papel en blanco cuadriculado.

domingo, 5 de junio de 2011

La Tinta, el Tintero y... la Casilla

Con esto de la mudanza, que ya se acerca a su fin. Esto va de recuerdos, de revolver en los cajones, encontrarte con una caja o una bolsa cerrada hace mucho tiempo. Abrirla y que decenas de antiguos pensamientos, sentimientos olvidados que se lanzan a tu cuello para darte un abrazo. Reencuentro largamente esperado.

Me he encontrado con objetos que ni me acordaba de ellos. Algunos tan dispares que al sostenerlos de nuevo entre mis manos pensé: ¿Por qué guardaría esto? Otros, sin embargo, me arrancan una sonrisa por todas las historias que han guardado en su interior. Los menos, los dolorosos, pero incluso ellos, con el paso del tiempo les miro con otros ojos.

Cartas, fotos, dados, juegos, llaveros... De todo un poco. Los mejores, y para no ser menos, unos portaminas. Me recuerdan a mi abuelo, de la época en la que sin venir mucho a cuento, me ensimismaba con cualquier elemento que tuviera que ver con robarle palabras al viento.

Tras unos días de abir cajas, revolver cajones y planificar la última huida hacia delante. Caigo en la cuenta que cada uno de esos instantes, cada uno de esos recuerdos forman una tela de araña. Con una seda tan limpia y delicada como el cristal. Pero que tan solo necesitan un poco de luz para volver a brillar, con un reflejo ténue, sin llegar a molestar, sin hacerse notar.

Al final, se vendrán conmigo, ¿Y por qué no? Retomarán un poco del protagonismo perdido, pero sin dejar que me arrastren junto a ellos en su larga soledad. Pues son sólo recuerdos que una vez lograron hacerme soñar.