sábado, 27 de julio de 2013

[ Reseña ] Rasguños en la Puerta

Hoy vengo a escribir una (prometida) reseña sobre la primera novela de Mesila S. Ramonda, una buena amiga que se ha metido de lleno en el mundo de la literatura fantástica de la mano de unas criaturas de las que creíamos saberlo todo.

[ Sinopsis y fotografía extraídas de Goodreads ]

Después de un accidente en el que pierde a su marido y a su bebé por nacer, la joven periodista Johanna Miller se retira a un sitio apartado en los Apalaches, buscando la paz que le falta a su mente. Una noche fría en su solitario aislamiento, Johanna oye unos extraños rasguños en la puerta de su casa. Es un pequeño niño-lobo, sucio y helado de frío, quien con sus lágrimas la convence de ir al bosque, a buscar a su padre malherido y su hermanita bebé.

Aún en su estupefacción, ella toma una importantísima decisión: ayudar.

Nikolai, una vez el hijo de un famoso millonario ruso, tiene pocas alternativas. En lugar de terminar con su vida y la de su familia, Johanna decidió darles asilo y comida. Pero, ¿Puede confiar en ella? Sus hijos necesitan refugio, cuidados. Él necesita un lugar dónde esconderse y curar sus heridas. Es un hombre-lobo, y toda su casta, aunque es pequeña y muy joven, se encuentra en riesgo. 

Sus enemigos no son ordinarios. Tampoco se detendrán hasta destruir todo lo relacionado con él. 

Una historia donde los lazos del compromiso, la amistad y la familia se mezclan en un mundo nuevo, oculto a los ojos de la gente ordinaria. El mundo al que Johanna Miller ha tenido el honor de entrar.


[ RESEÑA ]

«Rasguños en la Puerta» es la primera novela de Melisa S. Ramonda. En ella nos relata las vivencias de Johanna Miller, una escritora que se aisla del mundo tras sufrir un accidente en el cual pierde a su marido y a su futuro hijo.

Narrada en primera persona nos presenta a una protagonista atormentada por su pasado y sus propios fantasmas. Tengo que reconocer que al principio me resultó un poco extraño el uso de la primera persona como voz narrativa pero con el pasar de las páginas es evidente que es todo un acierto. Evitando el narrador omnisciente la historia se desarrolla con naturalidad dejándonos claro-oscuros que con el paso del tiempo se irán despejando.

Cuando comencé RELP sentía muchísima curiosidad, era la primera novela que leía con una temática centrada en los hombres-lobo. Siendo fan incondicional de la narrativa de ficción no dudé ni un segundo en lanzarme sobre sus páginas. Y tengo que reconocer que me impresionó mucho y para bien.

Con un primer paso nos introduce a una protagonista que trata de superar el terrible trauma de la pérdida de su marido e hijo. Por decisión propia se aisla del mundo para hacer frente a sus propios fantasmas hasta que un día toda esa “normalidad” salta por los aires al aparecer en su casa un pequeño niño-lobo (Mirko) quien, para asombro de todos (incluido el lector), le suplica ayuda.

La historia da un vuelco cuando Johanna decide ayudar al pequeño licántropo y se ve metida en mitad de una lucha de poder entre los hombres-lobo y los hombres-felinos. Melisa nos introduce en un mundo en el cual todas las historias y leyendas populares sobre los hombres-lobo son falsas, logrando un toque de realismo para unas criaturas que con mucha frecuencia han aparecido como los “malos” en cantidad de relatos y cuentos.

Ese realismo lo introduce a través de la familia de Mirko, su padre Nikolai y su hermana pequeña Sasha. Todos ellos pertenecientes a la raza de hombres-lobo. Esta peculiar familia atrae la atención desde un primer momento. Huyendo de quien sabe qué peligros, Johanna descubre que no son una familia normal por partida doble. A partir de aquí, la relación entre Johanna y Nikolai y sus hijos se estrecha más y más debido a los peligros que han de afrontar juntos.

Melisa ha sabido llevar con mucho acierto el tema de central de estas criaturas (y de sus enemigos, los hombres-felino). Usando lo más evidente y al mismo tiempo lo más olvidado: la condición gregaria de los lobos. La sociedad secreta de los licántropos responde, del mismo modo que las mandadas de lobos, a una estratificación social que encaja perfectamente en lo que podría decirse “el hombre-lobo revisado y actual”. El grupo de apoyo de Nikolai lo forman unos personajes muy bien traídos. Hans, Nika, Ishida, Rex, Christian forman parte de la “manada” pero no están carentes de personalidad ni nada por el estilo. Cada personaje ve lo que sucede a su alrededor de una forma que completa la narración y le da un sabor especial.

Incluso los enemigos de los hombres-lobo poseen su propio encanto. Los hombres-felino se van desarrollando desde un punto de vista que parecen primitivas y salvajes hasta ver cómo son capaces de relacionarse con el mundo que les rodea. Una especie que desde el primer momento me atrajo y sobre todo porque doy gracias por no tener que leer ni una sola palabra más sobre la eterna lucha entre hombres-lobo y vampiros. Del mismo modo que con sus némesis, Melisa usa lo obvio con mucho acierto: el carácter solitario de los felinos. Gracias a esto, podemos ver dos razas perfectamente desarrolladas y encajadas dentro de un mundo de ficción y realidad que se mezclan a la perfección

Pero no sólo de luchas despiadadas vive el hombre (ni el hombre-lobo/felino) en RELP descubriremos que todos los personajes evolucionan de una manera peculiar y única, pues no todo es siempre lo que parece ni si quiera entre enemigos mortales y amigos incondicionales. Con unos preliminares explosivos, la historia se desarrolla fluida dando paso a un universo en el cual todo el mundo “lucha” por encontrar su sitio en él.

El resto de la historia la dejo para vosotros porque os aseguro que os asombrará.

En resumen, un gran comienzo para Melisa S. Ramonda quien ha sabido rescatar una temática olvidada por muchos con una historia sorprendente y sólida (teniendo en cuenta que se trata de una novela de ficción) porque logra que (re)descubramos un mundo sobre el que creíamos saberlo todo.


¡Os animo a leerla!

domingo, 14 de julio de 2013

Un árbol en el Jardín. [ Challenge Mitológico 2013 ]


TÍTULO: Un árbol en el Jardín.
AUTOR: Juan Manuel Redondo Romero
MITOLOGÍA PRINCIPAL: Nórdica
PERSONAJES QUE INTERVIENEN: Los Einherjer.
CANTIDAD DE PALABRAS: 7257
RATING: -
BETA: María Ana


Challenge Mitológico

                                                    I

El sol bañaba todo el jardín, decenas de colores se mecían al son del viento y mientras las chicharras y los pájaros se encargaban de tocar la banda sonora, la hierba se entretenía en dibujar olas que jugaban a perseguirse hasta más allá de la pequeña colina. Justo en el medio de su jardín, un gran árbol permanecía en pie, sus ramas y hojas dirigían esta peculiar orquesta. En lo alto, una majestuosa águila vigilaba el horizonte de color azul perfecto. Su plumaje gris y negro le hacía destacar entre el follaje. Con una tranquilidad digna de un rey, observaba su pequeño reino.
Eisa había cumplido 5 años la semana pasada. A la fiesta acudieron un montón de amigos suyos de preescolar acompañados sus madres. En el jardín, junto a aquel árbol que jamás se cansaba de mirar, sus padres montaron una pequeña carpa con una mesa. Hubo toda clase de chucherías, patatas, ganchitos y un gran pastel. Su hermano Hamvir se encargó de los juegos. Siempre eran divertidos, sorprendentes. Jugaron a cruzar el “Camino del Arco-Iris”, a “Encontrar el Martillo de Thor” y a “Clavarle el Cuerno a Loki”. Todo el mundo se lo pasó en grande, incluso su abuelo se rió hasta más no poder con este último juego cuando le tocó su turno y descubrió que colocó los cuernos en pleno pecho del dios. «¡Si parece una enana sin barba!», exclamó antes de comenzar a reír sin parar. Al final del día, cuando los invitados se fueron marchando, Eisa se sentó en el regazo de su abuelo.

—Abu, ¿me cuentas un cuento de esos que te sabes?
—¿Ahora? ¿No estás muy cansada para cuentos? —Ella negó con la cabeza, firme y rotundamente, al tiempo que se agarraba al brazo de su abuelo y sonreía de manera pícara—. Está bien, está bien. Veamos, deja que recuerde. ¡Ah, sí! Pues verás, hace mucho, mucho tiempo existía un árbol que sostenía a los nueve mundos. Su nombre era Yggdrasil y en sus ramas más altas vivía un gran águila cuyo cometido era observar todo lo que sucedía en todos los reinos…
Entonces, la imaginación de Eisa se disparaba.
—¿Un águila? ¿Como en nuestro árbol, abuelo? —decía y sus pequeños ojos se abrían tratando de abarcar a aquel gran árbol que crecía en su jardín.
Mientras la madre recogía los restos de la fiesta, miraba a su hija con una mezcla de dulzura y orgullo. Su padre era un gran conocedor de la mitología nórdica, y aquellos cuentos ya los había escuchado su hijo antes que su hermana pequeña. Hamvir no pudo evitar sonreír al escuchar esa historia que tantas y tantas veces le había pedido que le contase su abuelo. Apoyado en la mesa, comió unos restos de patatas fritas mientras permanecía tan atento como su hermana.
—En las raíces del árbol —prosiguió su abuelo—, habitaba Nidhogg, un dragón que sólo quería derribar a Yggdrasil royendo sus raíces…
Para cuando quería continuar Eisa se había quedado dormida en su regazo, con la cabeza apoyada en su pecho. El abuelo acarició su cabeza e hizo un gesto a su madre de Eisa cargado de incredulidad cómica. Con mucho cuidado se levantó y se llevó a la pequeña dentro de la casa.
Hamvir ayudó a su padre a meter la mesa en el cobertizo cuando su madre terminó de llenar la última bolsa de basura. El estado del jardín era exactamente igual que antes de la fiesta como si nunca hubieran estado media docena de niños corriendo, jugando, saltando, peleándose por las flores de hojaldre de la tarta. Justo en el mismo instante en el que se cerró la puerta de la casa y todos pasaron dentro, un pequeño halcón se posó al lado de la orgullosa águila. La cabeza del halcón se giró en dirección a una ardilla que aguardaba junto a ellos con una sonrisa maliciosa dibujada en su angulosa cara.

                                                    II

Hamvir no daba crédito. ¡Era imposible!, ahora no podían cambiar sus planes. Era injusto y cruel, no quería saber nada de todo aquello. Su mayor preocupación era aprobar Física y Química para poder tener un verano tranquilo, ir a la playa con sus amigos y divertirse hasta más no poder. Su mirada se encontró con la de su padre y luego con la de su abuelo. Ajenos a sus pensamientos, trabajaban en el jardín.
—Vamos, Hamvir, acércame esa pala. —le comentó su padre con ironía—. Tampoco es tan malo cuidar el jardín un domingo por la mañana.
Las hojas de los arbustos caían pesadas sobre la hierba. Su padre recortaba las ramas que habían crecido más de la cuenta con una podadora, al tiempo que su abuelo abonaba la tierra. En la calle se oían los gritos felices de los niños, por encima de los setos les veía pasar, algunos montados en sus bicicletas, otros corriendo detrás, unos cuantos jugando al balón. Su hermana estaba saltando a la comba con unas amigas y su risa llenaba el aire cada vez que se le enredaban las piernas en la cuerda. Una mano se posó sobre su hombro, era su abuelo. Con una sonrisa cálida y comprensiva le hace un gesto para que le acompañe.
—Ayúdame a llevar estas bolsas al cobertizo, anda. Este año tendremos un buen abono.
Hamvir le siguió como un autómata, sumido en sus pensamientos sin prestar mucha atención a sus palabras.

                                                    ***

—El chico lo está pasando mal. —comentó el abuelo a su padre.
—Lo sé, es un momento difícil para todos.
—Confío en él, sé que lo hará bien, quien me preocupa es la pequeña. —el abuelo observó a su nieta desde la distancia. Ella y sus amigas habían dejado a un lado la cuerda para jugar con el cachorro de un vecino que lo había sacado a pasear. Negó con la cabeza unas cuantas veces.
—No te preocupes. Ella sabrá lo que hay hacer.

                                                    ***

Ahora tenía la tarde libre, Hamvir fue a casa de unos amigos después de comer. Le esperaba una tarde de juegos con la video-consola, patatas fritas y alguna cerveza. Sin embargo, muchos compañeros de universidad habían acudido y lo que parecía una tarde tranquila, se convirtió en una fiesta improvisada. Tuvieron que salir fuera porque no cabían en el salón, y de jugar a la consola pasaron a charlar sobre los planes para el verano. Argus se acercó con un par de cervezas.
—Menudas ganas tengo de que se acaben los exámenes, por dios. Mi padre no me deja ni a sol ni a sombra, y mi madre me fusila con la mirada cada vez que salgo de casa. —le comentó a Hamvir, abriendo su cerveza.
—¿Qué planes tienes? Me parece que este año iremos al pueblo de mi madre a mediados de Agosto, pero no lo tenemos muy claro porque mi padre quiere hacer obras en casa.
—Pues la verdad, no tengo ni la más remota idea. No sé si iremos al pueblo, nos quedaremos aquí o qué —respondió Hamvir.
—Si nos quedamos por aquí, podríamos organizar alguna escapada. Tengo muchas ganas de ir a las montañas de aquí al lado. A lo mejor mi padre podría dejarnos el coche.
—Estaría bien, unos cuantos días en una casa rural estaría genial. Se lo podemos comentar al resto.
—¿Eso incluye también a Astrid? —contestó su amigo con sorna.
Para su amigo no era ningún secreto que Hamvir estaba enamorado de Astrid, su compañera de laboratorio. Por mucho que tratara de ocultar sus sentimientos, Argus siempre era capaz de interpretar las reacciones de su amigo. Desde que coincidieron por primera vez en el laboratorio. no le había quitado ojo. Al salir de clase, Hamvir intentó hablar con ella, sin embargo, la conversación resultó un desastre y Argus estuvo toda la tarde chinchando a su amigo.
Al cabo de un tiempo logró acercarse más a ella y, ahora, hablaban con naturalidad. Hamvir desconocía sus sentimientos y Argus se negaba en redondo a echarle una mano.
—No soy ninguna alcahueta —decía—. Si quieres algo con ella, ve y díselo. Total el “no” ya lo tienes.
Le fastidiaba que tuviera tanta razón, pero ahora Astrid quedaba muy lejos. Había escuchado una conversación de manera fortuita entre su padre y su abuelo y no sabía que pensar. Algo relacionado con una mudanza, un viaje o algo por el estilo, no entendió muy bien sobre lo que hablaban. Astrid bien podría estar en la luna en estos momentos.
—¡Vamos, alegra esa cara! Por fin hace calor y en breve abrirán las piscinas… —su amigo dejó caer el dato con toda la intención.
Hamvir le devolvió la sonrisa. Sabía muy bien a lo que se refería y lo peor de todo es que tenía razón. Dentro de dos semanas comenzaba la temporada de piscinas y, como todos los años, quedarían para darse el primer chapuzón. Ella también vendría. Suspiró y apuró su cerveza. El resto de la tarde se diluyó en cientos de conversaciones, algunas más trascendentales que otras, en risas, bromas y decenas de planes confusos pero divertidos.
Con la caída del sol, todos se fueron marchando, algunos un poco más bebidos que otros, las conversaciones se desperdigaron por el vecindario y Argus y Hamvir salieron de la casa charlando animadamente.
—¡Nos vemos mañana! —le dijo Astrid con una sonrisa que no supo interpretar. Se despidió con un gesto y sus miradas se siguieron hasta la puerta.
Cuando llegó a casa era de noche, los grillos parecían estar por todas partes y la luz de las farolas apenas podían cubrir el manto de estrellas en el firmamento. La noche era cálida e invitaba a pasear por la calle hasta el alba.
Al llegar a su puerta, Hamvir le pareció ver una tenue luz que surgía del cobertizo. Apenas era un pálido reflejo de… ¿un arco iris? En cuanto fijó la vista, despareció. Intrigado y tratando de hacer el menor ruido, posible se acercó. A cada paso que daba creía distinguir unas voces graves. ¿Serían ladrones? Pensó. Aceleró el paso y el aire se llenó de nuevo con el canto de los grillos. Logró distinguir pisadas dentro de la cabaña. El corazón quería salirse de su pecho, respiró hondo y abrió la puerta de golpe.
—¡Abuelo! —gritó, —. Pero, ¿se puede saber qué haces a estas horas? Me has dado un susto de muerte. Creía que habían entrado ladrones.
El abuelo soltó una bolsa con los restos de la poda. Una sonrisa se dibujó en su cara. —Tranquilo, tan sólo estaba adelantando trabajo. ¿No es muy tarde para estar despierto? ¿Mañana no tienes clase?
—Sí, lo sé, lo sé —respondió, tranquilizándose un poco—. Se no has hecho un poco tarde.
—Anda, ve a dormir. Yo me quedaré un poco más.
Hamvir cerró la puerta aún con el corazón desbocado. Hubiera jurado que había más personas dentro y esas voces no eran de su abuelo. Estaba nervioso y no pensaba con claridad, a lo mejor le había sentado mal la cerveza. Sin embargo, juraría haber visto algo más en esas bolsas. Algo parecido a madera tallada. Tal vez su imaginación le estuviera jugando una mala pasada. Quién sabe.

                                                    III

Una pequeña ardilla recorre el tronco del árbol, Eisa la observa ensimismada desde la ventana de su habitación. A su lado, un cuaderno lleno de dibujos de su familia, de sus amigos del colegio y del árbol que tanto le gusta. Le encanta dibujar, llenar las hojas en blanco de colores, decenas de ellos, que parecen salirse del papel y jugar con ella. Cada vez que termina uno, sale corriendo a mostrárselo orgullosa a su familia.
Junto a los de su hermano cuando tenía su edad, cuelgan los suyos en la puerta de la nevera, en los armarios, en las puertas de las habitaciones. Su madre se llena de felicidad cada vez que acaba uno, su padre a veces refunfuña en voz alta que como sigan así, tendrán que salirse ellos de casa para dejar hueco a tanto dibujo. Aunque al final, siempre le ayuda a colgarlos con una sonrisa en la cara. Su hermano, de vez en cuando, le pide uno. «Uno especial para mi ¿vale?», le dice mientras acaricia su cabeza. «Uno que me haga compañía cuando estudie.». Y sale a la carrera a por sus ceras de colores y su cuaderno.
El abuelo nunca le pide ninguno, no le hace falta. Cuando viene de visita le tiene preparado al menos media docena de dibujos sólo para él. De los que le gustan, con monigotes que se parecen a los héroes de sus cuentos, con algo parecido a dragones que escupen fuego surcando los cielos repletos de nubes de colores. Él los recoge todos y se la lleva a la cocina, prepara un buen tazón de chocolate y le pide que le cuente la historia de cada uno de ellos. Eisa, mientras devora bizcochos empapados en chocolate caliente, le relata todos y cada uno de los cuentos que le han pasado por la cabeza. De vez en cuando, el abuelo le roba un trocito de bizcocho al tiempo que soporta la atenta mirada de su hija. «Papá, sabes que no puedes comer esas cosas. El azúcar lo tienes por las nubes», le dice, pero él le guiña un ojo a su nieta y los dos se echan a reír.

                                                    ***

Tratando de hacer el menos ruido posible el abuelo se asomó por el marco de la puerta para observar a su nieta. Le encantaba sorprenderla cada vez que tenía la ocasión.
—Abuelo.
—Vaya, ¿cómo sabías que estaba aquí?
—Usas mucha colonia.
—¿Ah, sí? Quién lo diría —comenta—, ¿Qué andas tramando?
—Nada. Hay una ardilla en el árbol. Como la de tus cuentos. ¡Mira! Allí está.
—¿Segura? No veo nada, espera, ahora la veo.
La pequeña ardilla subió como un rayo hasta la copa del árbol y se perdió entre las ramas. Eisa arrugó la nariz, un divertido gesto tratando de parecer preocupada.
—Abuelo —dijo con un tono serio—, ¿tus historias son de verdad?
Él se sentó a su lado, con la mirada fija en aquel árbol.
—¿Acaso no lo son? —preguntó, acariciando la pequeña cabecita de su nieta—. Todas las historias pueden ser reales si crees mucho en ellas.
Eisa le miró con los ojos muy abiertos.
—¿De verdad, abuelo? Mamá dice que no lo son, que no son más que viejas historias de nuestro país —comentó algo triste—. Pero a mí me gustan, ¿sabes? —su sonrisa llenó toda la habitación.
La pequeña salió disparada cuando escuchó a su madre decir que la merienda estaba preparada. Sus pasos se detuvieron en mitad del pasillo y golpeó la puerta de la habitación de su hermano. «¡Hamvir, Hamvir! La merienda.» y los pequeños pasos se alejaron escaleras abajo.
El abuelo continuó sentado un poco más, el tiempo suficiente como para ver a la ardilla bajar por el tronco y desparecer entre las raíces. Pasaron unos segundos y el árbol entero se estremeció. No era algo habitual, tal vez se estuvieran quedando sin tiempo, no lo sabía con seguridad. Pensativo se dirigió hacia la cocina. Justo en las escaleras se cruzó con su nieto y vio dibujado en su rostro la sombra de la duda. No reparó en la presencia de su abuelo y él tampoco quiso distraerle de sus pensamientos. Si lo había visto, no diría nada. No delante de su hermana. Hamvir soltó un pequeño bufido y cambió el semblante serio por una sonrisa. «Sólo un poco más de tiempo. Dioses, un poco más…» pensó el abuelo.
El resto de la tarde transcurrió como el resto de los días, Hamvir encerrado en su habitación estudiando mientras que su hermana, tras dibujar lo que parecía un castillo, se negaba a darse el baño diario. Su madre desesperada, tuvo que recurrir a la paciencia de su abuelo y a una de sus muchas historias para que la pequeña se decidiera por fin a entrar en la bañera. Cuando llegó su padre, cenaron y vieron un rato la televisión. Una película de argumento fácil para pasar el rato juntos mientras charlaban.
El abuelo hizo una señal a su yerno sin que nadie se diera cuenta, él asintió levemente. Una vez sus nietos se fueron a sus camas, el resto de la familia se reunió en la cocina.
—Ayer tuvimos visita. —sentenció el abuelo. El silencio se apoderó de la habitación, padre y madre se cogieron de la mano, en un intento de darse fuerzas el uno al otro.
—¿Tan pronto? No puede ser. —respondió la madre—. Es imposible… Imposible. —Apretó un poco más fuerte la mano de su marido.
—Están en el cobertizo. Hamvir no nos vio por poco. Pensó que eran ladrones.
—Nos dijeron que pasarían al menos otros cinco años —comentó el padre—. Cinco años.
— Lo sé, pero parece que no todo ha salido como lo tenían planeado.

                                                    IV

Amenazadoras nubes de tormenta avanzan desde el horizonte. El eco de los truenos se sienten en toda la ciudad, y los relámpagos marcan el avance del viento huracanado que actúa como su heraldo. Eisa ve desde su ventana como son arrastrados infinidad de objetos por el suelo. Los papeles y hojas salen volando en todas direcciones formando diminutos torbellinos que desparecen en un instante. El ulular del viento le inquieta, cree que detrás de ese sonido grave se esconde algún tipo de monstruo y cuando el eco de un trueno hace vibrar las ventanas se aparta dando un pequeño salto, para después apoyar la mano sobre el cristal y notar como la reverberación le recorre todo el brazo.
Su mirada se posa en el árbol, sus ramas siguen la dirección caótica del viento. Algunas se desprenden y comienzan un viaje sin destino. Zarandeadas de un lado a otro desaparecen de su vista más allá de los tejados de las casas vecinas. No ve por ningún lado ni al águila ni a la ardilla. El tronco parece doblarse cuando una nueva ráfaga, aún más violenta que la anterior, le golpea con furia. Pasan unos minutos y todo se vuelve del color de la ceniza. Un fogonazo de luz y casi al instante un atronador sonido se abre paso. Es tan intenso que Eisa piensa que el cielo se está partiendo en dos. Un estallido y los cristales se agitan como las hojas que ve en la calle. Se tapa los oídos y sale corriendo de su habitación.
—¿Qué ocurre? ¿Te da miedo la tormenta? —le pregunta su hermano. Ella asiente aferrada a su pierna como un salvavidas—. No te preocupes —le dice con tranquilidad—. Vamos abajo y vemos los dibujos animados. ¿Quieres?
Lo que Eisa no ha querido contarle es que ha visto unos ojos entre las raíces del árbol. La tormenta le da igual, el aullar del viento y el rugido del trueno han quedado eclipsados por esos ojos ambarinos, fríos como el acero, que la han mirado desde las raíces del árbol. Tan sólo fue un instante. Tras el fogonazo de un relámpago y tan rápido como los ha visto, desaparecieron. Sabía que esa mirada había sido real, a pesar de su corta edad podía distinguir muy bien la mirada curiosa de un gato o la mirada inquisitiva de un perro. Aquello no era ni una cosa ni la otra y con el recuerdo de aquel momento grabado en su mente, Eisa se sentó junto a su hermano mientras buscaban alguna serie que le gustara.
Después de cenar y ver un rato el televisor todo el mundo dormía menos Hamvir. En época de exámenes encadenada noche tras noche para poder estudiar con tranquilidad.
La tormenta arreció justo después de media noche. Hamvir no podía concentrarse lo suficiente, el estrés le estaba pasando factura. Un montón de apuntes desperdigados por su mesa de estudio reposaban tranquilamente junto a un par de libros. Se sentía incapaz de continuar, su mente estaba sobrecargada de métodos, fórmulas y soluciones matemáticas. El café hacía tiempo que se había enfriado, bebió un sorbo y realizó un esfuerzo sobrehumano para no escupirlo por encima de toda la mesa. Se levantó con la taza en la mano, calentarlo sería una buena forma de estirar las piernas. No encendió ninguna luz, le gustaba pasear en la oscuridad. Al abrir la puerta de su habitación, la oscuridad retrocedió ante la luz que surgía de él. Con paso lento pero decidido, avanzó por el pasillo. Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad al poco tiempo, aunque tampoco era muy necesario, la azulada luz de los relámpagos iluminaba el camino con una cadencia constante. El reconfortante sonido de la lluvia al golpear los cristales logró que se relajase un poco.

                                                    ***

—¿Se puede saber qué hacéis aquí? —preguntó el abuelo con el ceño fruncido mientras la lluvia azotaba con rabia la madera del cobertizo. Había tenido que usar toda su habilidad para evitar que Hamvir le descubriera deambulando por la casa a esas horas.
—La tormenta es un aviso, anciano. — el barbudo enano no dejó lugar a más pregunta—. Las armas han sido entregadas. Nuestro señor se impacienta. Loki ha convocado a sus huestes.
—¿Cómo? ¿Cuándo? —no daba crédito a lo que estaba escuchando.
—¿No has escuchado lo que te he dicho? La tormenta. Odín ha lanzado su aviso y el mensajero debe partir o todo estará perdido.
El abuelo jadeaba por el nerviosismo. Ahora, era imposible, impensable, no, no, no, era demasiado joven, no lograría llegar a su destino. Sus ojos no paraban de moverse de un lado para otro en busca de un lugar en el que refugiarse. Tartamudeaba palabras inconexas. El enano levantó una ceja incrédulo, tal vez aquello fuera demasiado para el anciano, tal vez… Una mano encallecida se posó sobre su hombro.
—No podemos quedarnos mucho más, el tiempo apremia hermano. —le susurró un compañero al oído—. Nuestros hermanos nos esperan para continuar con la fortificación de nuestro reino. —Asintió sin dejar de mirar a aquel anciano.
—Debemos partir. Tienes menos de seis horas para prepararle.
Sin mirar atrás, la pareja de enanos cruzó el camino del arco-iris que surgía de la base del árbol. El abuelo permaneció inmóvil pensando en las palabras de sus antiguos compañeros. «Maldita sea, ¿y ahora qué se supone que tengo que hacer?». Miró a su alrededor. Sin perder un segundo, abrió las bolsas llenas de los restos de la poda y sacó de su interior los dos hatillos de cuero que ocultó hace unas cuantas noches. Llenó sus pulmones con el aire fresco que traía el viento y se encaminó hacia la casa.

                                                    ***

¡Ding! El sonido del microondas inundó toda la cocina como un gong al ser golpeado. Hamvir se sobresaltó, a pesar de no ser más fuerte que el propio ruido de la tormenta, hubiera jurado que toda su familia podría haberse despertado con aquel timbre. La taza humeaba entre sus manos, el aroma a café le gustaba. Le traía buenos recuerdos sin saber muy bien porqué. «Bueno, esto es mejor que nada», pensó mientras consultaba su reloj. «Una hora más y me voy a dormir. Estoy que no pu…». Su mirada quedó fija en la ventana de la cocina. ¿Un arco-iris? ¿En mitad de la noche? Pero que…
—¡Abuelo! ¿Se puede saber qué haces a estas horas despierto? ¡Estás empapado y…!
—Hamvir tenemos que hablar.
Su nieto sabía que se trataba de algo importante y enmudeció al instante. Su abuelo nunca le llamaba por su nombre a no ser que fuera un asunto realmente serio.

                                                    V

La familia se encontraba reunida en el salón, todos salvo Eisa que seguía durmiendo. El padre y la madre de Hamvir no dijeron nada mientras el abuelo les ponía al día. El propio Hamvir no daba crédito a lo que estaba escuchando. ¿En verdad todo aquello era… Real?
—No se me ocurre otra solución. —sentenció el abuelo. Una mirada, mezcla de súplica y coraje se cruzó con la de su yerno y su hija—. Sabíais que el momento llegaría, aunque es cierto que ni yo esperaba que fuera tan pronto.
El padre de Hamvir acarició suavemente el rostro de su esposa bañado en lágrimas.
—Lo sé, pero nunca se está preparado del todo para algo así. Por mucho que lo diga el propio Odín, duele separarse de aquellos a quienes se ama. —con increíble ternura recogió una lágrima que se negaba a bajar por la mejilla de su esposa—. Si los enanos están en lo cierto, ¿cuánto nos queda? ¿tres horas? ¿cuatro?
—Como mucho cuatro, siendo muy optimistas. —el abuelo dirigió su mirada a su nieto—. Siento que hayas tenido que enterarte de esta forma. No lo habíamos planeado así, se supone que con el paso del tiempo… Hubieras recibido la noticia de otra manera…
—Tranquilo, abuelo. —Hamvir se esforzaba por controlar sus emociones—. Lo único que aún no termino de creérmelo ¿sabes? Entonces, ¿se supone que somos alguna clase de guardianes? —la voz de Hamvir destilaba ingenuidad. Su madre le sonreía pero su sonrisa estaba cargada de tristeza.
—Así es, hijo mío —respondió antes de que su abuelo pudiera continuar—. Así es, hace muchos siglos Odin, Thor y el resto de dioses creyeron oportuno enviar a un grupo de guardianes para custodiar Yggdrasil mientras trataban de desbaratar los planes de Loki.
—¿Los planes de Loki? —interrumpió Hamvir—. ¿El Ragnarök es cierto? ¿El fin de todo es real?
El corazón le latía tan deprisa y tan fuerte que sentía como si el pecho le fuera a estallar en mil pedazos. «No, no. Esto no puede estar sucediendo. ¿El fin del mundo? ¿La gran batalla en la que todos los dioses sucumbirán? Nonononono….»
—Sé lo que estás pensando. —respondió su abuelo —. Pero es nuestro destino. No hay otro.
El silencio se apoderó de nuevo de toda la habitación. Su madre, con la voz rota por el dolor, lo rompió conteniendo sus ganas de llorar.
—Sí hijo, el Ragnarök es real. Como los dioses y diosas que gobiernan el destino del mundo y de los mortales.
Antes de que pudiera continuar, Hamvir se levantó y golpeó la mesa con ambas manos.
—¡No! Estáis… ¡Estáis locos! Dioses, el fin de todo, Yggdrasil no puede caer, no caerá… ¡Estáis mintiendo! —Sus ojos abiertos hasta el paroxismo no daban crédito a lo que veían.
El abuelo se inclinó y recogió algo que se encontraba debajo de la mesa. Con sumo cuidado colocó dos hatillos de cuero y los abrió descubriendo un conjunto de armas. Varias espadas cortas, un hacha de combate, varios cuchillos y cinco armaduras completas. Relucían con un color verde-azulado que eclipsaba la luz de la lámpara. Hamvir retrocedió como si portaran algún tipo de enfermedad mortal. Su expresión cambió de la incredulidad al terror más puro, buscaba refugio en la mirada de sus padres, de su abuelo, pero únicamente encontró una comprensión que le rebasaba.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué gritáis tanto? —Eisa, quieta en el marco de la puerta. se frotaba los ojos—. Quiero dormir pero no me dejáis.
Su abuelo se acercó a ella y la cogió en brazos.
—Mi pequeña Valquiria —le susurró mientras le acariciaba la cabeza—. Hay algo que tienes que saber.
Eisa bostezó y se aferró al cuello de su abuelo.
—¿Qué es abuelo? —preguntó medio dormida.
—Hoy tenemos que hacer un viaje, uno muy largo.
—Es de noche, abuelo, ¿no podemos esperar a mañana? Tengo mucho sueño.
—Ojalá pudiéramos, mi cielo.
—¿Qué es eso que brilla? —Señaló las armas y las armaduras que estaban encima de la mesa.
—¿Eso? Son para nuestro viaje.
Hamvir y sus padres permanecían mudos ante la conversación. No sabían qué decir o qué hacer, intercambiaban miradas confusas entre ellos. Mientras el abuelo le hablaba de la manera más dulce a su nieta en un intento de suavizar la realidad que le esperaba tras los muros de su casa, Hamvir se sentó al lado de sus padres.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —cerró su mano porque era incapaz de controlar su nerviosismo.
Su padre comenzó a separar las armas en dos grupos y lo mismo hizo con las armaduras.
—Tu abuelo, tú y yo partiremos hacia el norte. Al encuentro de Loki y sus huestes.
El bramido de un cuerno interrumpió la conversación.
—El cuerno de Heimdall —musitó Hamvir.
Su padre asintió.
—Así es, lo dioses convocan a sus guerreros.
Hamvir pronunció su nombre:
—Los Einherjer.
Una risa alegre rompió sus lúgubres pensamientos. Su abuelo estaba vistiendo a Eisa con una pequeña armadura de cuero rematada con tachuelas de acero.
—¡Mira hermano, como en los cuentos del abuelo! —adoptó una pose cómica de guerrera. Su abuelo no pudo contenerse y le rió la gracia a su nieta.
—¡Eso es, tú derrotarás a todos los malos! — respondió su abuelo, al tiempo que se situaba junto a ella, imitando la misma pose infantil.
—Abuelo… —suspiró la madre de Eisa.
—Vamos hijo, no podemos perder más tiempo. —insistió su padre. Hamvir asintió.
Al abrir la puerta de su casa, un ambiente fresco les dio la bienvenida. La tormenta hace tiempo que había pasado de largo. Hamvir pudo distinguir a lo lejos los relámpagos y de vez en cuando escuchaba el eco apagado de los truenos. Bajó su mirada y distinguió a decenas, quizá centenares de personas ataviadas con armaduras. Algunos portaban lanzas, otros espadas o alabardas, otros arcos. Reconoció a la mayoría, eran sus vecinos. Aquellos con quienes había compartido su juventud, entre ellos pudo distinguir las caras de sus compañeros de clase. Entre ellos incluso estaban sus profesores. Cruzó la mirada con algunos amigos y sintió como le miraban con orgullo. No había rastro de duda o arrepentimiento.
—Antes de proseguir, creo que te debemos una explicación. — dijo su padre con un poco de culpabilidad, — Odin nos envió a la tierra para proteger el Árbol del Mundo antes de que tú nacieras. Somos parte de un linaje de guardianes al igual que el resto de gente que vive en esta ciudad. Nunca te dijimos nada porque estábamos esperando el momento oportuno...
— ¿Momento oportuno? – preguntó Hamvir, con tono irónico. — ¿Y cuándo iba a ser ese momento?
— Todos nuestros planes se han venido abajo esta noche. – el abuelo posó una mano sobre su hombro. — No sabes cuánto lamentamos que hayas tenido que enterarte de esta manera.
Su madre retomó la conversación. — Hijo, te estarás preguntando por qué nadie te dijo nada, pero no pienses que te mentimos. Todos en la ciudad son guardianes, pero actuamos como seres humanos en todos los aspectos. Les imitamos para evitar preguntas incómodas pues no estamos solos en el mundo. Si el resto de la humanidad conociese de nuestra existencia, nos mirarían con recelo en el mejor de los casos.
Hamvir se esforzaba por asimilar aquella información. ¿Guardianes? ¿Todos?¿Sus amigos? ¿Por qué no le habían contado la verdad? Su padre se adelantó antes de que pudiera pronunciar una sola palabra. — Tranquilo hijo, aunque no lo creas por tu sangre corre la fuerza de los Einherjer, los guerreros de Odín, lucharás bien esta noche. Ahora que hemos sido llamados, todos tus sentidos despertarán.
De entre la marea de soldados emergieron dos caras conocidas. Argus y Astrid, ambos con armaduras de cuero completas y sus armas correspondientes.
—¡Vaya, por fin te has decidido! Pensaba que nunca saldrías de casa. —su mano se apoyó en el hombro de Hamvir—. Mira, la guerra ha comenzado sin nosotros. —señaló hacia el horizonte. Con las primeras luces de la mañana los colores de la ciudad comenzaban a brillar con más fuerza. Tuvo que esforzar su vista para distinguir dos colosales figuras que se perfilaban sobre el azul oscuro del amanecer.
—¡Gigantes! —gritó Hamvir.
Astrid le observó divertida.
—Sí, los Jotuns de Hielo y Fuego ha comenzado su avance.

                                                    VI

—¡No os retraséis! —gritó en tono burlón Argus mientras se incorporaba de nuevo a la marea de soldados. Hamvir le sonrió y se despidió de él con la mano. Astrid hizo lo mismo.
—No sé qué decir de todo esto… —Hamvir rompió el incómodo silencio que se había producido entre los dos—. La verdad, yo…
—No te preocupes. Tú también me gustas. —replicó Astrid sin dejar de mirarle a los ojos. Hamvir se quedó de piedra y Astrid no pudo evitar reírse por la expresión de su cara—. Era tan evidente.
Sus labios se posaron sobre los de Hamivr y se fundieron en un abrazo intenso. Durante unos instantes el tiempo se detuvo, las pisadas de botas desaparecieron así como el tintineo de las armas enfundadas al golpear las armaduras. Cuando se separaron Astrid acarició la cara de su amado.
—Aún hay esperanza… — le dijo en un susurro.
—¡Astrid! —la voz de su padre se elevó por encima del ruido. Astrid se volvió y asintió con la cabeza. Un último beso fugaz y corrió hasta alcanzar a su familia.
El padre encarnó una ceja mientras veía a su hija separarse de aquel chico, «¿cómo se llamaba? Hamvir, eso es. Bueno, parece simpático después de todo.». Hamvir aún sentía el calor del abrazo y de los labios de su amada, por una vez sentía que merecía la pena luchar en aquella batalla sin sentido.
—¡Hamvir! —esta vez era la voz de su padre. Toda la familia se encontraba en el jardín, junto al árbol. Eisa se aferraba a la pierna de su madre, tratando de alejarse lo más posible de las raíces—. Hamvir. —repitió su padre—. Tu madre y Eisa tienen que partir.
—¿No vienen con nosotros? —respondió Hamvir, aturdido.
—No, ellas y otros cuantos más se encargarán de llevar el mensaje ante el Consejo de Odín para que envíe a sus hijos a luchar junto a nosotros. —la réplica de su padre no dejó lugar a dudas—. En breve aparecerá Bifröst y serán escoltadas por nuestros hermanos y hermanas. No te preocupes, estarán a salvo.
La mirada de Eisa era un torbellino de emociones confusas. Sus ojos brillaban ante la posibilidad de vivir una aventura como en las historias de su abuelo, pero le aterrorizaba la idea de separarse de su familia. Junto a ella, el abuelo permanecía impertérrito con la mirada fija en su nieta.
—¡Abuelo ven con nosotras! —Eisa estalló en un llanto desconsolado y corrió hacia su querido abuelo. Éste la cogió en brazos y le susurró palabras tranquilizadoras. Un destello arco-iris captó su atención, Eisa se volvió con la cara llena de lágrimas y mocos. Sus ojos se abrieron de par en par, ante ella una comitiva de seis enanos y seis elfos, todos ellos portaban resplandecientes armaduras y estandartes confeccionados con magníficos colores.
—Los dvergr de las montañas os saludan. —dijo el primer enano—. Será un honor escoltarlas ante el Gran Consejo. —Realizó una profunda reverencia que arrancó una sonrisa de Eisa.
—Los ljósálfar de la luz os saludan —pronunció el esbelto elfo de la primera fila—. Será un honor escoltarlas ante el Gran Consejo. —Como su compañero enano, realizó una profunda reverencia.
Eisa se descolgó del cuello de su abuelo y limpiándose la cara con la manga de su armadura se acercó con curiosidad a los recién llegados. Alargó una mano para tocar la barba del enano. Este, a su vez, se dejó acariciar la cara mientras adoptaba una expresión cómica para ganarse la confianza de la pequeña. La risa de Eisa resonó por todo el jardín.
— Dioses ¿es que no puedes permanecer serio ni un sólo momento? —le espetó el elfo—. Parece mentira que… —Su discurso se vio interrumpido cuando la mano de Eisa cogió la suya y se la llevó a su pequeña mejilla. El elfo sonrió.
—Señora. —los dos representantes de los elfos y los enanos hablaron al unísono—. Estamos listos.
El padre y la madre de Hamvir y Eisa se abrazaron y se dedicaron un beso cargado de amor. El padre acarició la cara de su esposa.
—Siempre te he amado —le dijo mirándola a los ojos.
—Lo sé —respondió ella devolviéndole la caricia.
—Vamos Eisa, nuestros nuevos amigos esperan —le dijo su madre con suavidad. La pequeña respondió afirmativamente con la cabeza—. Pero antes, vamos a despedirnos.
Eisa corrió hasta su abuelo y le llenó la cara de besos.
—Cuando nos volvamos a ver. ¿Sabes lo que haré? —preguntó su abuelo y Eisa negó con la cabeza—. ¡Contarte una historia y comernos un helado de frambuesa!
—¡Pero uno bien grande! ¿eh? —respondió su nieta. Su abuelo asintió con una sonrisa de niño pequeño dibujada en su cara.
Hamvir se sentó en el suelo como siempre hacía cada vez que quería hablar con su hermana. Ambos hermanos se cogieron de la mano y Hamvir no pudo evitar que una lágrima se derramase por sus mejillas.
—Pórtate bien ¿de acuerdo? —le dijo, con un tono de voz cargado de tristeza y melancolía. Su hermana saltó a su cuello y se agarró a él con todas sus fuerzas.
—No quiero que te vayas. —le susurró al oído.
—Y no lo haré. Estaré siempre a tu lado —respondió su hermano—. Toma, te dará suerte.
Hamvir se desprendió de su colgante con forma de águila.
—¿Me lo das? ¿Para mí?—preguntaba su hermana, quien desde siempre había querido tener ese colgante.
—Claro, ahora es tuyo. —contestó su hermano mientras Eisa no paraba de mirar el colgante.
—Toma —dijo Eisa, rebuscando dentro de jubón—. Para ti. Para que no me olvides.
Hamvir desenvolvió un pequeño trozo de papel y su cara se iluminó.
—¿Somos nosotros? ¿Cuándo lo has dibujado?
—Ayer. ¿Te gusta?
Hamvir respondió que sí y le obsequió con un fuerte beso y abrazo.
—Mirad, somos nosotros —dijo, mostrando orgulloso el dibujo de su hermana. En él aparecía su familia vestida como ahora. Con sus armaduras y armas posando al lado del árbol. Lo dobló con sumo cuidado y lo escondió dentro de su jubón.
Eisa por fin se acercó a su padre quien no se había movido de su sitio.
—Papa… —comenzó a decir Eisa.
—Tranquila, todo saldrá bien ya lo verás. Te irás con mamá y tus nuevos amigos. —contestó a las dudas sin pronunciar de su hija. Eisa sonrió con la calidez y la ternura propia de los niños que creen a pies juntillas las palabras de ánimo de sus padres—. Vamos, tu madre espera. Y hazle caso, ¿vale? —le dijo al oído mientras la abrazaba y colmaba de besos.
La comitiva de Dvergr y Ljósálfar flanquearon a la madre y a la hija. Un pequeño destello cegador y ante ellos se abrió el Camino Arco-Iris. El tronco de Yggdrasil se convirtió en una puerta que se abrió lanzando al aire el perfume de cien bosques en primavera y la calidez de un amanecer en verano. Antes de cruzar la puerta, Eisa se volvió y se despidió para siempre de su familia.

                                                    VII

—¿Lo lograrán? —preguntó Hamvir.
—¿Tu hermana y tu madre? —respondió el abuelo—. Claro que lo conseguirán. Aunque su camino no está exento de peligros, su escolta es la más temible de los nueve mundos. Son guardianas, al igual que nosotros. Lograrán su objetivo, han nacido para ello.
Hamvir se sintió reconfortado por las palabras de su abuelo. Caminaba juntos, mezclados con decenas de guerreros y guerreras. Cuanto más se acercaban el sonido de la lucha se hacía más y más evidente. El acero al chocar contra el acero, gritos de batalla y el rugido de bestias llegaban en oleadas más nítidas con cada paso que daban. Transcurrió al menos una hora de camino, con una señal de su padre, dispusieron sus armas. El resto de guerreros a su alrededor hizo lo propio.
—¡Llegamos a la línea de combate! ¡Einherjer preparaos para la gloria! — el grito de su padre fue respondido con un rugido ensordecedor. Como un solo hombre, formaron las escuadras de ataque.
Sin saber muy bien porqué, Hamvir contempló como grupos de guerreros se reunían entorno a un sólo hombre. Los lanceros delante, arqueros detrás y en mitad de la formación todos aquellos que portaban espadas.
Subieron una pequeña loma y el sonido de la guerra les sobrepasó como la ola de un mar embravecido. Miles de guerreros se encontraban trabados en combate cuerpo a cuerpo con lo que parecían no-muertos, la temible infantería de Loki que navegó desde Niflheim para luchar contra los vivos. En el horizonte, un Jotun de Hielo se dobló sobre sí mismo con el estómago repleto de pequeñas lanzas. En el mismo instante que apoyó su inmensa mano en el suelo, media docena de garfios surgieron del suelo anclándose en su piel y comenzaron a subir guerreros por las cuerdas. Hamvir contempló aquel espectáculo con una mezcla de terror y orgullo. Aquellos guerreros darían muerte a aquel gigante y reclamarían para ellos el honor por derribar a un poderoso Jotun.
— Padre.
— Dime hijo.
— Te puede parecer estúpido, pero ¿y en el resto del mundo está sucediendo lo mismo?
— De momento no, pero sucederá. En esta tierra se ha lanzado el primer ataque de muchos. Los humanos tratarán de luchar pero su destino está ligado al nuestro.
—¿Al nuestro? —miró a su padre tratando de buscar consuelo.
—Mejor no pienses en nosotros. —respondió torciendo la boca con un gesto amargo, — Piensa en vosotros. —con la cabeza señaló a un punto lejano. Hamvir se volvió y distinguió a Astrid y Argus. Cada uno dentro de su propia unidad de combate.
—Nuestro tiempo llega a su fin, pero eso no quiere decir que el vuestro tenga que terminar. Confía en nosotros, en tus amigos y en tu acero. —su padre se situó a su lado, empuñando con fuerza su espada—. Suceda lo que suceda, os veremos crecer y estaremos orgullosos de vosotros. De tu hermana, de ti, de tu familia y de tus amigos.
Hamvir comprendió perfectamente el significado de aquellas palabras. Aquello era el Ragnarök, el fin de todo lo conocido, pero también el comienzo de una nueva era para dioses y hombres. Sus padres y su abuelo conocían perfectamente el destino, al igual que los dioses. De aquella guerra tan sólo sobrevivirían unos pocos, los elegidos para comenzar de nuevo. Él estaría entre ellos junto a su hermana, Astrid, Argus y unos pocos más, pero el resto de su familia no. Como tantos y tantos miles de guerreros su destino era el Valhalla, la última morada de los héroes. Su padre, su madre y sus abuelos le estarían observando orgullosos desde aquel lugar reservado sólo para los guerreros caídos en combate.
Argus cruzó la mirada con él. «Llegas tarde.», pudo leer en sus labios y sonrió abiertamente, Hamvir le devolvió la sonrisa. Sus ojos se posaron en Astrid, «Te quiero.», le dijo en la distancia. «Yo también.», le respondió ella.
Por primera vez, sus miedos se disiparon. Ahora estaba dispuesto a enfrentarse a la muerte y al dolor. Por una vez, había algo por lo que realmente merecía la pena luchar.
—¡Einherjer, cargad! —la orden se extendió entre las filas y con un rugido miles de guerreros se lanzaron contra el enemigo. La inmortalidad les aguardaba.