martes, 23 de febrero de 2010

La Tinta, el Tintero y... el Agua

En ciertos días como el de hoy, mi mente va por libre, no puedo controlarla, o tal vez no lo deseo. Comienza juntando retazos de historias inacabadas, incompletas mientras observa nerviosa el reloj. Obligándole a consumir minutos, horas y días completos. Una vez acabados, manipulados, a mi alma le ofrecen suculentos sentimientos en bandejas de plata. Cocinados, adulterados, recalentados, hasta la saciedad para evitar que centre en los gestos y guiños que, de cualquier otro modo, supondrían jugarse la vida.

¿Qué mecanismos producen en mi tal estado? Me cuesta identificarlos, aislarlos y analizarlos. Se escabullen por las mil habitaciones que forman mis pensamientos. Juegan a un melancólico escondite de todo aquello que tuve, de todo aquello que amé y no pude tan siquiera despedirme.

Me da rabia, pues yo no deseo jugar, me cansan sus reglas, intentar ir más allá. Darme de bruces con un callejón sin salida que me conozco hasta la saciedad.

Sin embargo, aquí estoy de nuevo, preguntándome por qué y cómo he llegado de nuevo hasta aquí. Cuál es la salida, sino retrocediendo sobre mis propios pasos. Desbocados sentimientos, que me tienen atrapado, arrasan con todo aquello que encuentran a su paso.

Cuando pienso que pagaría cualquier precio por conservar una sonrisa de esa mujer a la que he amado, giro sobre mis talones y regreso por el camino de lágrimas que hasta esta trampa que lleva tu nombre me ha guiado.

Sonriendo, tiro la factura de tus labios al suelo, siempre me pareció un importe desorbitado: mis sueños por conservar la calidez de un beso de alguien que nunca me ha amado.

Y como comprenderás, querida, no estoy dispuesto a pagarlo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La Tinta, el Tintero y... el Cuadro

Velas marchitas que se consumen sobre candelabros retorcidos; por el continuo goteo de todas esas lágrimas derramadas sobre el vacío de mis dedos. Angustiadas de ver finales sin despedidas, tantas veces repetidas, tantas veces ensayadas. Guardadas en baúles junto a historias robadas de labios que nunca se acordaron de mi nombre.

Pisadas huevas, carentes de todo sentido, recorren mis sentimientos persiguiendo los latidos de un corazón en piedra esculpido. Ecos de risas vacías se amontonan debajo de las sábanas de una cama renegada que se niega a seguir bajo el yugo de unas lágrimas vertidas sobre almohadas tejidas con la seda comprada con la desesperanza.

Mi voz ahorcada pende de los días desgranados sobre el calendario, sin fuerzas para romper esas promesas que me recuerdan cuánto te echo de menos. Abandono a su suerte las noches que en las que soñaba con recortes de tu cuerpo, con ver como jugaba el rocío con los mechones de tu pelo. Todo ese tiempo pasó, me grabo a fuego sobre esta piel curtida por tanto dolor. Me obligo a buscar una salida de este reloj de arena que marca los tiempos, con cada grano de arena que se desliza en su interior, en los que se congelan mis sentimientos mientras observan con amargura como mis manos se niegan a despedirse de ti...

Reconozco que me encuentro saturado de tanto sentimiento, a veces amargo otras sin consuelo. Demasiadas horas indagando cual sería el verdadero motivo por el que anclado a un recuerdo, me torturo conjugando siempre en tiempos pasados. Hasta el momento, no tengo respuesta alguna que daros. Pienso que mis sentimientos pertenecen al viento, a todos esos momentos que siempre había soñado, a cada instante en los que me veía empujado hacia ninguna parte.

Contemplo como todos estos recuerdos se concentran en una frase que jamás salió de tus labios. Encajan las piezas y, al parecer, todo se ha terminado.

lunes, 1 de febrero de 2010

La Tinta, el Tintero y... la Celosía

Cuando nadie me ve, rodeado por el tiempo, el mismo que se encarga hacerme olvidar y me obliga a recodar cada uno de mis pecados. Cuando nadie me ve, imagino cómo sería una vida malgastada por ponerla a tu lado. Cuando nadie me ve, sueño que una vez no fui yo el culpable del portazo que dio mi corazón, dejándome allí tirado.

Contra una pared, me he visto escribiendo mil historias, ríos de tinta que describen cada una de mis vilezas, mis sacrificios, mis quimeras por un mundo al que no pertenezco. Nadie las has leído y nadie las leerá, textos ocultos que describen la cruda realidad. La de un fugitivo que, obstinadamente, se niega a buscar su lugar. Recorriendo calles y vicios, intercambiando sonrisas y besos traslúcidos por un puñado de confesiones en las que ya nadie desea creer.

Todo se consumió tan rápido que nadie tuvo tiempo de reaccionar. Nubes de humo, cicatrices enmarcadas con una risa mal dibujada. Cuartos vacíos de contenido y hojas en blanco profanadas por los lamentos de una mano que se dejo arrinconar por tu tacto. Una soledad que ni siquiera importa a las sombras. Hastiado de regresar sin relatos que contar. Con los bolsillos llenos de sueños que nunca terminaron de cuajar.

Agotado, me acurruco en el lado más oscuro y helado de mi lecho, declarando como último testimonio que jamás he dejado de ser ese niño inquieto y solitario que decidió no parar de soñar porque tenía miedo de crecer sin nadie a quien amar.