Cierro los ojos,
respiro con lentitud.
Un vacío
indiferente ocupa todo tu espacio. El humo de los cigarrillos
compartidos hace tiempo que se mudó. Sin saber muy bien el porqué
de está singular evocación. Respiro una vez más, y siento como el
sofá se encoje y enfría harto de observar por la ventana, pensando
que ya nunca regresarás.
Porque jamás
estuviste tan cerca de acariciar una historia que fuiste incapaz de
enlazar. Sobraban piezas que suspiraban salirse de las lineas
dibujadas por vidas marcadas por un porvenir tan vacío como el calor
que desprendían tus besos.
Sobre la mesa,
hojas en blanco tan extensas, que si por mi fuera saldrían volando
hasta rozar los límites de la existencia. A su lado, un pequeño
bote rebosante de tinta y de palabras tan sólidas como espuma del
mar. Un golpe de viento, la tinta corre libre por el yermo
amarillento. Observo. Intenta escapar como todo lo demás.
Hasta dejarme sin
aliento. Aferrado a mis párpados, el sueño tira de ellos. Dormir
ahora no es lo que deseo. Adentrarme en ese océano negro, naufragar
en ese delirio negro como la tinta que devora cada uno de mis
sentimientos.
Soñar que me
encuentro dentro de un sueño. Soñar que abro los ojos, sonríes y
sin decir una sola palabra me duermo en el mismo anhelo del cual no
podré despertar.