lunes, 8 de diciembre de 2008

La Tinta, el Tintero y... la Cortina

Atención: Relato Corto.
Un ligero perfume a hierbabuena lo impregnaba todo. Siempre le había gustado a su esposa. Desde que se conocieron usaba esa fragancia cada vez que tenía la oportunidad. Simplemente se fue acostumbrando a él, y terminó por formar parte de su vida. Por esa razón cada quince días un ramillete fresco aparecía en el jarrón de su mesilla. La puerta se abrió suavemente mientras él contemplaba la ciudad desde la ventana. No se molestó en darse la vuelta. Sabía perfectamente quien era y qué había venido a hacer.

- Buenos días, Señor Romero. Es la hora de la pastilla. - Comentó suavemente la enfermera al tiempo que empujaba suavemente una mesilla.
- Hola, Ana. - respondió él.

La enfermera paró en seco. No era posible. Aquel anciano jamás se acordaba de nada. Era imposible que supiera como se llamaba. Por lo poco que sabía se encontraba solo. Como casi todos los ancianos de la residencia. Nadie le visitaba, sus hijos lo dejaron por imposible hace mucho tiempo. Les resultaba demasiado doloroso ver como su propio padre no se acordaba de nada. Al principio se lo tomaban con resignación pero al final... Eran ellos los que cambiaban la hierbabuena de la habitación. Hasta que un día lo dejaron de hacer. No hubo palabras de despedida. Dejaron de visitarle. El primer día que entro a trabajar le vio llorar porque ya no olía ha hierbabuena. Era ella quien la cambiaba cada semana, cuando dormía. La sensación era extraña, muy extraña. Cada vez que realizaba la ronda y entraba en cada una de las habitaciones hablaba con una persona distinta cada vez. Para algunos era su nieta, su hija, su esposa, su amiga del instituto... e incluso fantasmas del pasado que llegaban para atormentarles.

Hoy no habrá más pastillas, Ana. Hoy no. No quiero volver al olvido. - hablo el anciano, fijándose en las arrugas que recorrían su rostro reflejadas en el cristal. - ¿Sabes? No tengo ni idea de porque me he vuelto a acordar. Cuando me he dado cuenta estaba mirando la calle y he recordado todo. Lo bueno y lo malo. El porque estoy aquí. De toda mi vida, de cómo empecé a ser un estorbo para mis propios hijos. De casa en casa porque ninguno me soportaba. Mis despistes, mis alucinaciones... mis enfados de niño pequeño. Recordé perfectamente el día que me llevaron aquí. Mi hija lloraba mucho, pero yo no le hice caso. Algo no me gustaba de este lugar. Me tuvieron que engañar para que entrase.

El día que murió mi esposa y regrese a mi casa. Lo primero que hice fue llorar. Estuve toda la noche llorando. Todas las lágrimas que no derrame por ella en su funeral las derrame parado en la entrada de mi casa. No sé porque lo hice, supongo que nunca le demostré lo mucho que la amaba. A ella y mis hijos. He cometido muchos fallos en mi vida. Muchas meteduras de pata. Por mi cabezonería algunas salieron bien y otras mal. Ahora hecho mucho de menos la forma que tenía de enfadarse conmigo. No me hablaba durante días hasta que conseguía que se riera. - una sonrisa triste se dibujó en su rostro. - Que curioso, ¿verdad? Hasta que no la hiciera reír... luego hablábamos durante horas hasta que se salía con la suya. Era única para eso... cuando murió... no sabía hacer las cosas sin ella. Era incapaz. Me fui abandonando...

Intenté ser una buena persona, dentro de las posibilidades que te da la vida. Algunas veces me deje llevar, porque la vida por mucho que digan no sabe a nada. Que no te engañen, la vida en sí misma es gris. Sólo unos cuantos momentos la salvan y poco más. Con mis hijos intenté que esa llama, esa esperanza jamás se apagara. Pero fracasé, como tantos otros. No puedes luchar contra eso. La vida siempre se lleva el bocado más grande. Y al crecer dejan de soñar, incluso con lo más sencillo. Aunque jamás me rendí... hasta que me empezó a suceder esto. Al principio pensé que era por mí. Siempre fui un despistado. Hasta que un buen día me encontraron de madrugada paseando solo. No reconocí sus rostros. Mi hijo lloró. Creo que fue la primera vez que le vi llorar.

Por eso no quiero volver al olvido. No he sido el mejor. Pero la vida que me ha tocado vivir es mía. No quiero que se pierda como si jamás hubiera ocurrido. No quiero más pastillas... no quiero... - cerró los ojos y respiró profundamente. - Por favor, Ana. Prométeme una cosa. No dejes de cambiar la hierbabuena, ¿quieres? Me recuerda tanto a ella... - Se llevó las manos a la cabeza. Algo no iba bien. Le dolía mucho, demasiado...

Se giró muy despacio... - ¿Por qué estas en mi casa? -

- Es... es la hora de las pastillas, Señor Romero. - respondió la enfermera mientras una lágrima recorría su mejilla. Un ligero olor a hierbabuena impregnaba suavemente la habitación. Un ligero olor que le recordaba tanto ella...

11 comentarios:

CalidaSirena dijo...

Me has matado con este relato, es bellísimo y encierra a tantas vidas que nos rodean...Que triste es no poder recordar quien se es y todo lo hermoso que se ha vivido, a mí es algo que me aterra..
Besos y dulces abrazos

Juancho dijo...

Supongo que es un miedo primigenio que todos poseemos. ¿Realmente mi vida habrá servido de algo? ¿Cuando llegue el momento podré recordar todo aquello fui o que no pude lograr?

Es una historia triste... pero nada más. ;)

Un besazo, Cálida Sirena.

Giraffe dijo...

Pues Juancho, en respuesta a tus preguntas... cuando el Divino Redentor del Hombre, cual sumo Juez, venga a escribir tu nombre... no dirá si Perdiste o Ganaste, sólo juzgará cómo Jugaste.

Juancho dijo...

Pero si me acuerdo de qué puñetas iba el juego en cuestión... pues mejor que mejor ¿no? :P

Un abrazo, Giraffe.

Giraffe dijo...

"Pero en qué quedamos, en este juego había que disparar a las señoras con carritos de la compra o no? Cuando os aclaréis me lo decis que luego todo son lloros...". Pues sí, mejor que te leas las instrucciones antes :)

Paisanito. dijo...

Hermoso relato...

me lleva a la amnesia en estado puro.

un abrazo, juancho

Felices Fiestas.

Juancho dijo...

Muchas gracias, Paisanito. ;)

Que pases unas felices fiestas tú también... :D

Un abrazo.

Anónimo dijo...

por artey maravilla delopera creia que te habia comentao pero ea te recomento, obviamente la perdida de memoria, no recordar algo es teminble aunque a veces uno desea una tabula rasa o una lobotomia frontal a lo bestia como en los simpson para vivir en el mundo de ned flanders.
Es trsite el relato pero... hay pastillas para no soñar como aquella cancion de sabina? ojala existiera alguna manera de enajenarnos pero ientras sigamos siendo malditos humanos no tenemos mas remedio que apencar con lo que nos venga y digerirlo como buenamente podamos.
Son miedos irracionales pero supongo que viene de cuando teniamos que recordar que bicho nos comia o que planta era venenosa...

-ojala pudiera dejar de pensar... no podiendo dejar de hacerlo intento cambiar el chip como buenamente puedo


gracias por tu reflexion

Anónimo dijo...

joder que mal escribo cuando me esfuerzo

Juancho dijo...

Los fallos del directo... ;) No te preocupes.

Sí es cierto que no podemos libranos de ciertos temores que siempre estarán ahi... supongo que por eso mismo somos humanos.

Un abrazo, Henmex

Anónimo dijo...

Como vas... este...mmm...no recuerdo como te llamabas...pero creo que no te debo dinero. Felicitarte por tus textos y tu manera de escribir.
Yo también sé lo que es perderlo todo de un día para otro.
Yo también fui feliz viviendo de espaldas a la realidad y desgraciado al chocarme frente a ella.
Yo fui venerado y ahora soy marginado. Recuerdo el olor del triunfo, de la suficiencia, que era el mismo que el de la avaricia y la soberbia.
Al menos me quedan mis recuerdos.