Escribir, de eso se
trata ¿no? Damos paso a un nuevo año y me parece que persisten los
mismos malos hábitos. Ni si quiera nos hemos llamado. Tengo la
impresión de ser presentado ante la corte de un faraón legendario,
mientras visto una elegante armadura confeccionada a base de harapos.
Vamos, que no
encajo ni en el lugar, y el momento no es ni mucho menos el adecuado.
¿Sabes? Me
gustaría gritarte pero tan sólo consigo articular silencios
sepulcrales. Ya no vale la pena molestarse por tan poca cosa como
decirte que soñaba con castillos en el aire. De vez en cuando he
intentado sincerarme, pero como respuesta me digo a mi mismo que ya
has tenido bastante. El escuchar se encuentra sobrevalorado, Ni te
cuento lo que cuesta un poco de empatía porque nos tendríamos que
hipotecar.
Desde aquí lanzo
un saludo a todos aquellos y aquellas que me miran con cierta
hostilidad. Tal vez por lo que digo, por lo que hago, o puede que sea
por todo lo contrario. Con esa inconfundible marca de aguas que dejo
cuando ya nadie quiere mirar.
He callado muchas
veces mis propios sentimientos. Tanto en fugaces cuestiones como
situaciones en las que me iba el orgullo en ello. Otras, sin
quererlo, me he convertido en un monstruo lleno de miedo que prefería
morir matando antes que reconocer que todo aquello por lo que luché
en verdad no valía ni un pimiento.
Pues sí, damas y
caballeros, soy ese bicho raro que nunca ha recibido un beso ni un te
quiero por parte de labios ajenos. Convertido en un escriba de medio
pelo que se pregunta si alguna vez logrará amar como lo hacen los
protagonistas de sus cuentos.
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