domingo, 18 de octubre de 2009

La Tinta, el Tintero y... la Herida

Algunas noches, cuando el cielo le da la espalda a las estrellas y la Luna prefiere irse de bares, no puedo evitar que todo a mi alrededor estalle, sin motivo aparente. Me pierdo por callejones por los que ningún ser con dos dedos de frente se atrevería a poner un pie cuando el Sol se esconde. De los desconchones de siniestras paredes fluyen sentimientos ajenos a cualquier recuerdo, alimentándose de fracasos eternos y de sueños que jamás se cumplieron.

Con el corazón en ristre y mis labios sellados sigo el rastro que una vez me dejaste, por si llegaba el momento en el que me olvidaba de regar las semillas de los días en los que yo te amaba. Pero los miedos de varias vidas no saboreadas se aferran a mis rodillas, cadenas malditas evitan que levante el vuelo por encima de este pantano de asfalto y almas retorcidas, ahorcadas con sus propias risas niqueladas por tantas y tantas mentiras.

Confieso que, tras varias copas y algún que otro labio con sabor a futuro cuadriculado, me encuentro delante de tu puerta. Aguardando el momento, mientras la Luna desista en señalarme con el dedo, como un ladrón de terciopelo, oculto tras el velo de oscuras palabras de deseo. Incontrolables los latigazos del verdugo que abren surcos en mi piel, y el único que llora por no quererte ni ver es mi ciego corazón, que ya no entiende de versos ni de prosas escritas por manos temblorosas a la sombra de una sombra de tu querer.

De sobra conocías mis intenciones, y sin decir más palabra que mi nombre, te encuentro otra vez llorando por todas aquellas noches, en las que te bebiste el corazón pensando que podrías encontrar a tu príncipe azul entre los lobos de las discotecas y las caperucitas de medias de seda y lenguas rebosantes de ponzoña. Aunque no lo notes, mi piel arde con cada gota que resbala, desde tus ojos hasta mi alma. Con el tiempo aprendí a no desear nada de lo que me ofrecieran envuelto en caricias y promesas rápidamente olvidadas. Tanto si lo reconoces como si no, tú fuiste mi maestra en esto de blindar mi corazón.

El Sol se abre paso de nuevo, la Luna desiste de tanto juego y huye despavorida al darse cuenta de lo que estamos haciendo. Y es que al final, es un quiero y no puedo. Me muero con tu cuerpo desnudo durmiendo mientras abrazas mis sueños. Me rindo ante tu sonrisa que desprende ese olor a tierra mojada que tanto me hipnotiza...

Y mientras la luz acaricia las curvas de tu piel, las que hace un momento me atreví a recorrer... abres los ojos, me miras, sonríes y yo... de nuevo, vuelvo a nacer.

4 comentarios:

CalidaSirena dijo...

Ayy!!! esas heridas, las cuales no acaban de cerrar nunca, y siempre volvemos a profundizar en ellas, es como si tuvieramos un placer especial en hacernos daño a nosotros mismos.. Volviendo una y otra vez..
Un beso, una caricia y un cálido abrazo

Juancho dijo...

Tienes razón, pienso que existen ciertas heridas que a pesar del daño que nos producen... no podemos evitar despertarnos junto a ellas si se nos presenta la oportunidad.

Un beso, Cálida Sirena.

Padrino dijo...

Decía Sherlock Holmes, que la cabeza
es como un ático o un sotano, donde
puedes ir guardando cosas, pero
también hay que ir sacando.
Algunas por mucho que intentes
echarlas a la calle, siempre
estarán hay dentro, y nunca se
irán por completo.
Saludos compañero.

Juancho dijo...

Y más mi cabeza que más que un ático o sótano parece más bien un cajón desastre. Y en cuanto algo se cuela dentro, luego me toca rebuscar entre todas aquello que tengo metido dentro...

Un saludo, compañero.