El fin de año se
acerca. Tradición o no, aquí va la última entrada de este año.
¿Un resumen? No
sabría decir. ¿Una palabra o un sentimiento? Los buenos/malos
deseos son para gente que busca algo.
Hace un tiempo
investigaba cual podría llegar a ser mi lugar. Si en verdad podría
dejar de escribir, ser una persona normal. Dedicarme por entero a
llenar mis noches con copas rebosantes de alcohol, discotecas, de
rondar los bares hasta ver salir el Sol.
Si me adaptaría a
una vida sin curiosidad, sin tardes en silencio, sin eso que llaman
“pararse a pensar”. Dándole esquinazo a mis libros, a mis
aventuras en soledad, a mis hojas en blanco que gritan para que les
eche una mano. El mundo es un lugar extraño para hablar de
sentimientos a los cuales ya nadie hace caso. O cierran bajo llave en
lo más profundo de un sótano.
Resulta que no
puedo, soy incapaz. Un confinamiento que muy pocos saben apreciar. A
nadie le interesa que hoy casi no lo has podido superar, cuando
esperabas una llamada que no tuvo lugar. Que al decidirte, te
prefirió ignorar. Durante meses si hace falta, para más tarde
reaparecer creyendo que puede jugar contigo sin mediar palabra, pura
diversión. Alguna que otra confesión y cada uno a su casa porque la
amistad duró lo que dura un cigarrillo ahogado en un rincón.
Con total
sinceridad, este año ha sido el año del olvido. El abandono de
ilusiones que cortaban como el cristal. El descuido de sonrisas
dibujadas sobre un reloj de arena para que el tiempo se encargase de
borrar mientras las dibujaba una y otra vez con la esperanza de no
verlas desaparecer.
Sin embargo, al
darme cuenta de estos pequeños descuidos se han abierto puertas que
mantenía cerradas sin ningún motivo.
Tan solo me resta
decir que ahora me toca seguir mi camino, y quien quiera que intente
seguir mi ritmo.
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