jueves, 30 de abril de 2009

La Tinta, el Tintero y... la Estilográfica

Desde mi atalaya consigo divisar el horizonte, el manto dorado de los inmensos trigales se mece por la caricia del viento. Forman curiosas olas. Invitando a pasear, persiguiendo saltamontes. El sol termina de flirtear con las últimas nubes, dejando caer cortinas anaranjadas, de esperanzas dormidas.

Montañas nevadas, a lo lejos encierran mis sueños, guardianes de pesadilla que envían señales de advertencia desde sus torreones, donde lo único que escuchas son risas tristes, historias jamás contadas. A sus pies ríos de lágrimas bañan bosques de ensueño, sus árboles se elevan e intentan rozar el cielo, héroes en formación para una batalla que nunca se libró. Sus escuderos revolotean, cavan, husmean, les hacen cosquillas y en las noches de tormenta sus lamentos se atreven a luchar contra los mismísimos truenos. Incluso algunos se atreven a pisar los campos de oro en grano, curiosos, quieren saber si con ese extraño manto pueden saciar su sed.

Caminos de tierra reseca zigzaguean, bordean en espiral y se pierden entre zarzamoras aún sin madurar. El cielo se abre para saludar a la Luna y su corte de ojos malditos que jamás dejarán de brillar. Los bosques murmuran historias, secretos que nunca se deben escuchar. Si te detienes en sus lindes, notarás como la bruma que les envuelve no posee un color natural. Demasiado condensada para caminar rodeado por ella con total seguridad.

No creas que la noche encierra más misterios que el día. Los temores más retorcidos los puedes encontrar en cada rincón, no los mires fijamente o caerás sin remedio en la angustiosa locura de un perpetuo amanecer.

Las tierras de ensueño no son para los viajeros que buscan consuelo. Sus ciudades de alabastro guardan, codiciosas, a los malditos que aborrecen soñar. Comercian con miedo y telas, desde las bodegas de los barcos, encofrados con pedazos robados al propio mar, surgen los cofrades, cuya única religión es la de navegar en busca de tierras sin vigilar para poder saciar su eterno apetito, sus ganas de volar.

Si crees tener a la suerte de tu lado, tal vez nos podamos cruzar. No me sigas, no preguntes, y por tu bien, que tus pasos jamás se detengan, nunca sabes con que nueva pesadilla te podrías topar.

La perpetua amargura de aquel que no es capaz de pararse y dejar de imaginar. Yo inventé este mundo y yo conseguiré, algún día, escapar.

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