domingo, 4 de marzo de 2012

La Tinta, el Tintero y... la Estación

Todo comenzó siendo una pequeña molestia.

No le daba la mayor importancia, mi vida continuaba sin más preocupaciones que las necesarias. Ir de aquí para allá, saltar de trabajo en trabajo, charlar con los amigos, salir de fiesta. Lo habitual.

Con el paso del tiempo, comencé a abrir más frentes. El trabajo me sabía a poco y me llenaba aún menos. No soy de los afortunados que se sienten realizados con eso de levantarse a las 6 de la mañana, estar ocho horas – legales, el resto ya se sabe. – peleando con gente que lo único que entiende es el sonido de las monedas al chocar en su cuenta corriente y regresar a casa con el único aliciente de prepararse la cena y salir pitando a la cama para intentar descansar, al menos, como una persona normal.

Más bien, entro en el grupo de los inconformistas sin remedio. Algo parecido al perro del hortelano en versión nihilista. Admito que si no te gustan los trabajos, te los tomes como un medio y no como un fin. Pagan las facturas y se acabó. Sin embargo, no puedo estarme quieto.

En mi mente se han llegado a cocer más historias, guiones y aventuras de las que puedo recordar. Cuando tomé la decisión de canalizar todo esto en papel, algunas se han conservado y otras han desaparecido por completo. Otro grupo a parte son las que pertenecen al género de “historia escrita y acabada”, aunque de momento son las menos.

Si alguno de los que me lee, con o sin frecuencia, le gusta escribir, tal vez comparta conmigo la siguiente conclusión: de entre todas las posibles aficiones que existen, la de escritor es una de las que más tiempo consume. Ya sea escribiendo relato corto, cartas a amigos, novelas, o lo que quieras, intentar compaginar una vida cuadriculada con otra en donde las ideas y la imaginación sean el motor de cualquier creación resulta, como mínimo, complicado.

Como todo esta es una visión muy particular, basada en mi propia experiencia.

Porque todo comenzó como una pequeña molestia. Ahora, la falta de tiempo es una dolencia crónica. Cada día que pasa, me veo más como un extraño funambulista, tratando de buscar el equilibrio entre el MundoReal y el MundoImaginario®.

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